martes, 25 de noviembre de 2008

Principios de año


Ese aire derrotista no era nada más que resultado de la conglomeración de frutos de incomprensiones que se acumulaban en su lista de faenas del día a día. En verdad, por una parte le daba un carácter muy dramatizado y trágico, quién diría que tan sólo contaba con pocos años de edad; por otra parte, serían puros desasosiegos de la misma, o simples cambios de estado que vienen y se van.
A veces luchaba contra ello, les plantaba cara y les hacía frente. Asimismo, otras, se recogía entre sábanas, meciéndose en un arrullo constante que le daba dosis somníferas como antídoto de la enfermedad.



“¿Es absurdo huir de esta forma?”-se preguntaba. Seguramente sí, como el resto de cosas que la gente le criticaba. Sentirse especial a veces era reconfortable, y en eso se refugiaba. Y cuánta razón tenía quien dijo que era peor la cura que la enfermedad, pues ésta la hundía como pozos de sal que caen en la nieve.
La llegada de luz providencial parecía a la vuelta de la esquina. Y entonces, hizo acto de presencia.


No fue como en las películas ni demás largometrajes, la música no sonó en el momento de fusión de carnes y contacto de cuerpos.



La sábana te cubría a medias, y una bocanada de aire fresco recorría la tersura de tu garganta, proveniente de suspiros desamparados de mi aliento. Pero te revuelves, y, oh, vamos, hemos jugado a ese juego tantas veces, que ahora no te puede negar ni a ti mismo el deseo de corroborar en algo ya pactado por la naturaleza. Las briznas de tus brazos me recorren con ávida sed de más y en burbujas de vehemencia te empapo las mejillas. ¿Ni siquiera es suficiente? Bueno, no tendremos la eternidad por delante, pero siempre nos quedará una permanencia con derroches de tiempos amargados.



Esa camino de alienación era, sin duda, el mejor de todos.


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