Tengo ganas de domesticar el temor a romper el techo de planificaciones cotidianas, de pensar que ya no te quiero, que todo esto es una farsa.
Dejar de ser el aguacero de aguas cambiantes, trepar por la escalera del auto-convencimiento –con los escalones de dos en dos- y no ser una uña carnada que produce dolor a la cutícula más sensible. Decirme a mí misma que soy jodidamente feliz, que el adjetivo sí existe (por mucho que la gente se empeñe en rechazarlo) y que ahora no pierdo el tiempo intentando autorretratarme en unas pocas líneas. Que es la arena de la adolescencia la que me empaña las pupilas, algo pasajero y momentáneo, como la batería de las pilas.
Dejar de ser el aguacero de aguas cambiantes, trepar por la escalera del auto-convencimiento –con los escalones de dos en dos- y no ser una uña carnada que produce dolor a la cutícula más sensible. Decirme a mí misma que soy jodidamente feliz, que el adjetivo sí existe (por mucho que la gente se empeñe en rechazarlo) y que ahora no pierdo el tiempo intentando autorretratarme en unas pocas líneas. Que es la arena de la adolescencia la que me empaña las pupilas, algo pasajero y momentáneo, como la batería de las pilas.