sábado, 25 de julio de 2009

Latidos fibrilantes


Siempre es verano cuando se trata de un alquiler en la habitación 126 de tu corazón, justo en la aurícula izquierda, para levantarme en el mismo lado que aquel pie que carece de suerte alguna. Así, si algún día los párpados se te adosan como sanguijuelas a los ojos, yo lograré impulsarte con fuerza.
Palpitaré como si de un aleteo de colibrí se tratase, por si alguna vez tu corazón comienza a fibrilar. Lo haré de sopetón, para llenarte las venas hasta su tope de capacidad, y encenderte por pura fricción de caricias intermitentes.
También suele ser viernes. Siempre es viernes, por supuesto. Y tenemos todo el fin de semana para matarnos a pulsaciones constantes; porque, no sé si lo sabías, pero un corazón jamás deja de latir. Por mucho que la gente se esmere en congelarlo, en mantenerlo en el refrigerador; porque dicen que si no, se les estropea en contacto con el aire. En cambio, a mí me pierde el respirarte hasta astillarme las costillas.

sábado, 18 de julio de 2009

Plastificación bibliotecaria



Y el caso es que yo no soy muy promiscua a perderme en los pasillos de una biblioteca. Pero resulta que ayer, mientras me dilapidaba en el propio debate de si cruzar el umbral de tu puerta en Rue de Rivoli, o en marcharme a contar hojas desgastadas y añosas en la biblioteca, me decanté sin dudarlo por la segunda opción (espero que no te importe).
Porque a una le tienta aquella plastificación doblegada hacia el interior de las páginas, como si ellas mismas te marcaran un pequeño puente para degustar el olor a rancio que desprenden. Buscaba uno de tapas amarillas, de un limón ácido a ser posible. Por supuesto, debía de estar escrito en francés. Yo desconozco el idioma, a pesar de residir más de cinco años en París, pero el simple hecho de navegar en letras franchutes, ya merecía la pena. Porque, a pesar de no entender nada, quizás me ayude a comprender un poco mejor el hecho de que no pueda cruzar tu umbral así como así, pues no hay bordes asfaltados que me inciten a llamar a tu timbre sin que las falanges me tiriten por puro terror infundado.

martes, 14 de julio de 2009

Anemia cálcica


Aproximadamente serían las cinco y veinte, un cuatro de julio. Hice como siempre, supongo, me llené el vaso de leche hasta la mitad –ni más ni menos, por aquello del recipiente medio vacío-. Y digo siempre porque el cielo seguía tan desamparado, sin una sola nube de algodón en la que respaldarse. Continuaba estando pintado por matices desaturados, igual de melancólica y vetusta que el mármol de la cocina.
Con una soledad palpable, constituida por piezas completamente macizas y bien aglomeradas, que una no podía dejar de sentirse desguarnecida aunque estuviera en compañía de las polillas que colonizaban el pulóver turquesa. Empero, si pudiera haber algo que me sacara de mis propias pesquisas lácteas –como pudiera ser el intentar calcular el número de burbujas en la superficie de todo aquel amasijo cálcico-, sería sin duda una gota de la misma leche que formara un exiguo rastro encima de mi labio superior, y semeje un segundo belfo blanquecino, para así presumir de tener otra superficie que pudiera ser besada por un caballero que pintara con crayones de colores el lienzo blanco y virgen.

viernes, 3 de julio de 2009

Vuelve, regresa a mí


Dulce mandarina, ¿podría usted hacer el favor de volver a mí?
Como el mar era vino rojo, tiré a probarlo y me emborraché con salitre y peces cirujano que me extirparon el tumor de azúcar que llevaba desde los cinco años. Porque a todos nos meten un saco entero en el cerebro cuando nacemos, y con el tiempo va empapando la masa encefálica, cubriendo los hemisferios de cuentos fantásticos y quiméricos con finales empalagosos. A algunos se les pasa rápidamente gracias a una glándula que segrega amargura y realidad, hasta que consiguen desterrar todo gránulo azucarado.
A mí aún me queda dulzor para rato, así que…

Sweet tangerine, will you please come back to me?

miércoles, 1 de julio de 2009

Un pedacito de mí












La señorita Betzabé me nominó a hacer esto, y considerando que el perfil del blog apenas nos da nociones de los escritores de la página, me pareció interesante responderlo.

Es algo así como siete puntos en el interior de cada uno hay un poquito más de mí.



1. Soy una caprichosa empedernida. Cuando quiero algo, lo quiero en el momento, ipsofacto. Sé que es un comportamiento estúpido como el que más, pero es algo inevitable que me cuesta controlar horrores.


2. Tengo mucho aprecio por las canciones de Ron Pope, a pesar de no compartir su religiosidad y amor por Virginia (más que nada porque no he estado, que si no seguramente lo tendría).


3. No hay nada que me satisfaga más que pasarme una tarde entera deleitando las palabras de la señorita Austen, soñando con que recorro los parajes de Chamonix o abrazando a Teddy tan fuerte que se le sale el algodón por los ojos.


4. Sufro trastornos normales de la edad. Algunos me dicen que estoy loca por ello, pero no soporto que la gente se intente calificar de especial por el hecho de pasarse más de la mitad del día llorando. Admito que soy demasiado sensible, a pesar de no encontrarme del todo mal, las lágrimas se me desbordan por los ojos con suma facilidad. Además, enseguida me pongo a sofocarme y no puedo ni hablar con normalidad.


5. Muchas veces me obsesiono con que puedo dar más de mí y que me limito a lo mínimo. Por ello me considero demasiado perfeccionista, pero muy patosa. Lo mismo voy por la calle y me tropiezo con una piedra que sobresalga un poco.


6. La timidez me puede, aunque cuando me sacas un tema que me interesa y me he soltado un poco, no paro de hablar. Me gusta analizar a las personas antes de entablar conversaciones con ellas, por eso pienso que es preferible escuchar.


7. No tengo ningún hábito insano. No me gusta ni el alcohol, ni el tabaco, ni salgo por la noche –a pesar de que esto no sea insano-. Si alguna vez salgo, a las ocho menos cuarto tengo que estar en casa.