sábado, 26 de septiembre de 2009

Besos de cloro

Dicen que una de las peores muertes es el ahogamiento. Que la lucha por salir a la superficie te atenaza por dentro, acongojándote por completo. Entonces intentas aguantar la respiración el mayor tiempo posible, hasta que desistes en el intento y comienzas a ingerir agua en un intento de sacar el oxígeno, pues si mal no recuerdas, aparte de dos átomos de hidrógeno, había algo de ese gas tan preciado.
Luego sientes un desgarro y un abrasamiento intenso. Al poco rato, nada.
Aun y con todo, creo que es una de las mejores muertes que podría experimentar.
Cerraría los ojos con fuerza, tratando de imaginar que tengo delante de mí las franjas policromadas del arco iris de tu mirada. Porque creo que no hay nada mejor que una parada cardíaca en compañía, ya que al menos se escucharía el latir de otro corazón, que sustituiría de alguna forma la palpitación que acaba de desfallecer. Y entonces me cogerías con ambos brazos sin la oposición de la gravedad, sosteniendo mi cuerpo inerte en contacto con tu piel. Quizás no sea una décima parte de lo bonito que habría sido si nuestras miradas se entrelazasen, pero eso resta importancia cuando lo realmente maravilloso es que los besos con cloro están totalmente desinfectados, y a una le llegan tan limpios que se muere por llegar a la parte de los juegos sucios.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Desiderativa

Ayer tuve una momentánea y leve neurosis neurasténica.
Quise observar a la sangre por el antebrazo realizar un río de vino tinto. Habría sido, sin duda, un duro golpe para aquel humor circulatorio. Y para ti, supongo que para ti también.
Después de haber pasado el verano bajo el dobladillo de tu pantalón, permanecer con la idea insana de que es preferible la autoflagelación a contarte mis problemas me parece algo estúpido y sin miramiento.
Pero no soy capaz de decirte las cosas sin una jerga desprovista de sentimiento alguno, al menos no por escrito. Creo que es por eso por lo que cada línea que redacto parece más gélida de lo que es en realidad, y ni siquiera tú te molestas en derretirlas con el vaho de tu respirar. ¿Qué ocurre si tan sólo suspiro en caligrafía un quedo “te quiero”? Que me sabe a tan poco, indefenso sobre la hoja de escritura, desnudo sin el calor de la voz y de los sinónimos aglomerados, que lo dejo por imposible. Así que lo encontramos tan congelado que uno es incapaz de alegar que no le transmite nada, pues el hielo al menos llega un momento que quema. Y cuando hablan de ti, los monemas por sí solos llegan a ser abrasivos.
Aunque, sinceramente, soy preferible tras esto que en persona. Cara a cara, con las miradas enzarzadas; ahí sí que no mantengo relación con nada de lo que soy.
De comportamientos absurdos me sé unos cuantos, ya que los practico si el clima y tu paciencia me lo permiten. La diferencia reside en que el otoño siempre regresa, lo quieras o no, pero el altruismo va restándose con el paso del tiempo. Sin embargo, continúo como siempre. Veo el alejamiento a la vuelta de la esquina, y no quiero cambiar un ápice de mi egoísmo. A lo mejor es de ser idiotas, que luego una se arrepiente hasta la médula –no te lo voy a negar-.
Quizás algún día nos reencontremos en el kilómetro cero; cuando me haya quitado la tontería de los quince, los prejuicios por la superficialidad, la reclusión sobre una misma, las crisis sin explicación y la necesidad de observarte con curiosidad desde el otro lado de la acera, mientras los besos tienen una receptora distinta. Y quizás para entonces todavía siga resultando tan anodina como antaño, tú me mirarás con pupilas de café al comunicarme que todavía sientes algo, y solamente quizás reanudaremos la cuenta por donde la habíamos dejado.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Eisberg

Algunos te comparan con el aire, porque transportas sedimentos de cada experiencia que vives, y erosionas a la gente cuando gritas –por lo menos a mí me abofeteas en toda la mejilla al exclamar un simple hasta luego-.
Pero yo creo, al menos esa es a la conclusión que he llegado después de tardes intentando descifrar por qué sigues siendo la incógnita de la ecuación de mi vida, que eres un iceberg. Y no sólo porque eres tan gélido como el hielo, o porque de algún modo, también tienes un comportamiento muy próximo a lo dulce (cuando quieres); sino porque estás polarizado. Todo esto, eléctricamente hablando, por supuesto. Nos fundamentamos en un juego de atracción y de repulsión que puede llegar a límites extremos, por lo que de vez en cuando quebrantas mis sentimientos de cristal. Es cierto en parte, que sueles mostrar tan sólo un 10% de ti en la superficie, y que el 90% tiendes a sumergirlo en el fondo, para que nadie lo encuentre en un descuido. A mí, empero, me vuelve loca la búsqueda del tesoro, sobre todo si se trata de un cofre escondido en los arrecifes de tus entrañas.
Y dirás: “Podrías haberme comparado con un imán, y ahorrarte todo el rollo”. Quizás tengas razón, pero prefiero seguir pensando que eres algo más que un cacho de metal imantado.

martes, 8 de septiembre de 2009

Y eso que fumar puede matar


Había tanta oscuridad que apenas podía observar tu silueta como cuando suelo hacerlo los jueves al mediodía. Como cuando entro en la habitación y estás sobre la cama. Tus piernas cuelgan despreocupadamente mientras van rozando el edredón en movimientos oscilantes, tienes la mirada perdida en la mesilla de noche, y la lluvia comienza a repiquetear en el alféizar de tus pestañas. Pero no lloras como un niño lo hace al caerse al suelo empedrado, o como un llanto que se lanza al aire por la pérdida de un ser humano. Lo haces escandalosamente, como si te fuera la vida en ello, como si en ese mismo instante pasara sonoramente el tren abarrotado, con los pasajeros sin tiempo a contemplarte. Siempre fui una de aquellas pasajeras que hacían oídos sordos y la vista gorda.
Y así es como nadie se da cuenta de que no estás derramando lágrimas, sino apagando el fieltro encendido de un cigarro vital. Porque pretendes acabar con el fuego antes de que te encuentres con que tu vida ya no es ningún bosque, sino un amasijo de cenizas apiladas.