viernes, 31 de diciembre de 2010

Ninfómanos de la vida (última parte)








A los pocos días de haberse mudado a mi austera morada Irina ya comenzó a planear un viaje por Francia.

-Qué sería de nosotros si nos morimos sin conocer mundo y sin salir de estas cuatro paredes. Dime, Dmitry, qué sería de nosotros si nos ahogásemos entre las fronteras del Volga.

Y mientras yo, enfrascado entre volúmenes sobre el pensamiento humano, y mientras ella, hablándome sobre el Maison Carrée o no sé qué historias. Asintiendo, una y otra vez, como cortando el aire con la coronilla y como si éste pesase tanto que hubiese que repetir el proceso en repetidas ocasiones.

-Me pesa que te muestres tan alienado en todos tus pacientes, cariño. Aquí podemos seguir fingiendo que nada de esto nos afecta, pero a veces pienso que cuando me besas todavía tienes en la mente toda esa terminología barata de la psicología –continuaba ella, acicalándome con cuidado un mechón de pelo que cruzaba mi frente-. Mañana mismo podríamos marcharnos si quisiéramos. ¿Qué nos lo impide? Me gustaría saberlo, porque quizás sí haya algo que nos ata a estas tierras y yo todavía no me haya percatado.

La miré con suspicacia, sopesando la respuesta para no herirla y que no encharcara todos mis papeles.

-No romper el hilo de la cotidianidad, querida –tercié.

Ella abrió la boca para decir algo, pero pareció que de repente cayera en la cuenta de que no había palabras adecuadas o que las que tenía en mente no eran suficientes, por los que se las tragó a regañadientes. Quizás fueran impresiones mías, pero me pareció que una delgada línea de lágrimas le asomaba por el lagrimal. No tuve tiempo para deducirlo. Se marchó dando un fuerte portazo.

Continuó insistiéndome sobre nuevos viajes las semanas siguientes, pero yo continuaba negándome. Seguíamos haciendo el amor todas las noches, aunque mi cuerpo extenuado por las horas de trabajo se dejaba llevar como un navío a la deriva, intentando aguantar las duras embestidas del cuerpo de Irina. A medida que el tiempo pasaba, nuestras pupilas se vaciaban poco a poco. Nuestros cuerpos se fueron amoldando al del otro como por arte de magia, el olor de su pelo se confundió con mi aliento a nicotina, y ya ni siquiera sabíamos si al tocarnos era piel extranjera o la propia. La llegué a encontrar tan mía que ni me importaba no hablarle, porque habría sonado tan demente como hablar con uno mismo.

Y así fue como ocurrió. Con el paso de los días nos sumimos en un silencio ensordecedor. Un silencio mecánico, rutinario y deslavazado, de los que no permiten ni un jadeo de excitación.

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Se oyen campanadas de fondo que anuncian una despedida, pero a mí no me salen los adioses y te susurro unas palabras de bienvenida. Entonces casi llega la última. La última de las doce, marcadas por el día y mes de mi cumpleaños, y te siento mío de la misma forma que siento al mundo bajo mis pies. No hay tiempo en tus viejas pupilas, ni temblor por miedo en mis manos. Te repito un adiós helado como el invierno, añorando todo lo pasado pero sin miedo ante lo desconocido.




domingo, 19 de diciembre de 2010

Ninfómanos de la vida III

En la consulta me sentía cómplice de un sucio juego que sólo Irina y yo conocíamos, lo que hizo que me sintiese tan dichoso como ella decía. Mientras la vieja señora Nóvikov me hablaba de sus problemas para dormir y de que ya no se hablaba con sus hijos porque éstos se habían marchado al norte de Surgut, yo mantenía en mi mente el movimiento oscilante del cuerpo de Irina. Cómo su piel de armiño se me escapaba inevitablemente y sus rubios cabellos trigados se desparramaban sobre las blancas sábanas. El rastro violeta que me iba dejando desde la clavícula hasta la pelvis. El cigarro de después y sus pies fríos tocándome las piernas.

-Del pequeño ya ni tengo constancia de cuáles son sus inquietudes. Quizás haya muerto en el frente y a mí ni se me haya dicho. ¡Qué se le iba a decir a la pobre y loca señora Nóvikov! Nada de nada, por supuesto. Tal vez tenga nietos y yo como si nada. Claro, ¿así cómo va a poder una dormir? Sé que me dice que no es bueno que me tome más de una pastilla antes de intentar conciliar el sueño, pero la ansiedad me puede y hace que me tome un par más. O tal vez sean ya las ganas de morir de una vez por todas, de que me encuentren muerta en mi propio lecho por sobredosis de pastillas para dormir. ¡A dormir para siempre se haya dicho! Recéteme pastillas también para la ansiedad, haga el favor.

Irina totalmente desnuda, apenas cubierta por una delgada línea de las sábanas. “Voy a quitártelas, quiero que lo sepas”, le decía. Ella huía riendo, mirando hacia atrás de vez en cuando mientras la perseguía por la habitación. Y ella portando todavía las sábanas por pudor juguetón, como un inmenso laberinto afrodisíaco del que jamás íbamos a escapar. Se oían violines, tocaban violines a las doce y media de la noche. Un allegro cada vez más acelerado que nos incentivaba las ganas de continuar con todo aquello. “Corre, corre. Que no me vas a alcanzar, querido Dmitry”, profería ella.

-¿Está ahí, señor Kozlov?

Venga a correr como descosidos, reencontrándonos de vez en cuando con besos extasiados y sintiéndonos partícipes de algo que parecía nunca terminar. Tap-tap-tap. El ruido del parqué al crujir bajo nuestros pies descalzos. Besaba su vientre al tiempo que la retenía entre mis brazos. Ella me mordía de vez en cuando, me pellizcaba en el brazo pidiendo como loca que la dejase escapar, que ella era un pájaro y los pájaros debían de ser libres como el aire. Así que ahí que la dejaba volar, con su larga trenza enmarañada saltando de un lado a otro, enrollándose a su cuello como una pitón. Respiraba entrecortadamente y casi tuve la sensación de que se me ahogaba entre las manos, así que se me ocurrió darle bocanadas de aire con cuatro o cinco besos más. “Ven, vamos a hacerlo una vez más, todavía hay tiempo antes de que te marches”, susurraba ella.

-¿Me oye, señor Kozlov? Parece que acabe de tener una alucinación o sólo dios sabe qué… Yo con que me dé mis pastillas, conforme.

Finalmente le receté las dichosas pastillas tal y como me pedía. Así de sencilla era la resolución de los problemas para una pobre anciana: medicamentos. Y para el resto de mortales que no pasábamos de los cincuenta: sexo y erotismo.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Ninfómanos de la vida II








A la mañana siguiente entró en el cuarto de puntillas, como pretendiendo que no me despertase de forma demasiado brusca. Me besó en la frente con delicadeza y su olor a nicotina se me metió hasta en las cejas. La busqué con las maños pero ella huía revoltosa y jugueteando, como retozándose ante mi incapacidad matinal de ver con claridad.

-Ahora no, querido. Es hora de que marches a trabajar si no quieres que el trabajo se acumule

-¿Y si finjo enfermedad? Una mañana sin ir tampoco me va a saber a indecencia.

-¡Ya lo creo que sí! Tú debes de ir sin romper el hilo de la cotidianidad. Sabes de antemano que si rompemos ese hilo, terminaremos por volvernos adictos de la vida, unos ninfómanos que no saben dónde está el límite de la excitación y de lo ordinario –repuso ella, acariciando mi rostro con ambas manos-. Yo seguiré esperándote aquí, como siempre. Te prepararé una cena digna de un rey y tú pensarás que todo va bien. Nos acostaremos como cada noche, de nuevo, y a la mañana siguiente todo volverá a recomenzar.

-¿No nos sentiremos acaso cierto día cansados de toda esta secuencia infinita que parece nunca terminar? –inquirió yo, algo aterrado.

-¡Por supuesto que no, querido Dmitry! La seguridad de tener un buen plato, un buen empleo y una mujer que te dé lo que quieres al fin del día le es suficiente al hombre para sentirse lleno como el que más. Siéntete dichoso con todo esto, ya que pocos como tú disfrutan de algo así.

Asentí levemente para darla por complacida, pero dentro de mí todavía había una espina incrustada que me impedía respirar como antaño.

Siento haber tardado tanto en responder comentarios y en volver actualizar, pero es que se me estropeó el ordenador y no he podido continuar antes el relato.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Ninfómanos de la vida I

Y yo asentía, aliviado de alguna forma por no tener que responder, mientras que ella se extasiaba en cada frase que profería. Extendiendo los brazos, gesticulando excesivamente hasta con la comisura de los labios, de manera histriónica y singular.

-¡Como lo oyes! Así, sin más. De buenas a primeras le dije que se olvidase de mí, que yo ya tenía las razones de vivir por otra parte, que no era necesario que siguiese suplicándome que me quedase a su lado. ¿Puedes creerlo? –aseveraba, con voz variable. De vez en cuando se tomaba su tiempo para darle una calada al cigarro. Irina fumaba en cantidades industriales. Vaya que si fumaba. No le importaba dejarse el carmín violeta en el filtro, a ella eso le daba igual. Le gustaba sentirse perteneciente a la denominada revolución feminista. Irina siempre había sido de ideas revolucionarias-. Así que aquí estoy, pidiendo que me dejes entregarme a ti sin que sirva de precedente.

Y yo sonreía como un estúpido, condescendiente y al mismo tiempo idiota. ¿Qué de cierto tenían sus palabras? Resultaba extraño que amase de forma tan humana con todos aquellos estereotipos bajo sus pupilas. Cambiaba radicalmente de tema y lo redirigía a los viajes que realizaríamos al extranjero, los tulipanes que pondría en la sala de invitados y los planes de futuro que nos esperaba en nuestra idílica relación. Estaba eufórica, con la mirada aleatoria y las ganas desbordándose por todas partes. Casi gritaba de la emoción, como jadeando por emprender todas esas cosas que la vida iba a brindarnos.

-¿Sabes qué es lo mejor de todo? Que tenemos todo el tiempo del mundo para gastarlo y esto sólo es el principio. Y creo que ahora mismo podría apagar las luces y te haría el amor, y quizás ni siquiera te importase demasiado, ¿verdad? Porque es así todo, querido Dmitry, ella le descarrila cada noche por la lujuria mientras que a la mañana siguiente él acude a su consulta tal y como hace todos los días. Y nadie, absolutamente nadie, puede imaginarse todas las cosas que ha hecho durante la noche anterior. Porque así de caprichosa es la vida, así de oculta y con tantas caras que uno termina perdiéndose. Perdámonos, pues, ahora mismo. Todavía nos queda una media hora antes de que amanezca.




Estoy algo ocupada últimamente con los exámenes, así que espero poder actualizar con más frecuencia y dedicarle más tiempo al blog cuando los termine.

Hoy me ha pasado algo "extraño" mientras andaba por las calles de Valencia, y sé que sonará idiota si lo escribo aquí (al menos a mí me lo parecerá), pero es que he visto a un chico atarse los zapatos y no he podido evitar pararme en seco. He andado cinco minutos más y he dado media vuelta para volver a verle. Tenía la imperiosa necesidad de volver a verle. El caso es que me he sentido tonta como pocas, ahí parada en mitad de toda aquella muchedumbre y mirando a un total desconocido. Me ha devuelto la mirada y me ha sonreído. Yo he seguido andando porque me he sentido idiota (sí, esa constante sensación que tengo de sentirme estúpida). Supongo que esos pequeños momentos me gustan. Fracciones de segundo que se te quedan grabadas y la extraña atracción hacia un total desconocido. Y en el fondo sabes que son rostros que jamás volverás a ver, situaciones que no volverán a ocurrir y sonrisas que no volverán a ser esbozadas.



martes, 2 de noviembre de 2010

Noviembre







Gracias mil a Mara por haberme concedido el premio. Su blog es uno de mis preferidos, pues tiene un estilo inconfundible y delicado que me encanta, tanto a la hora de seleccionar las fotos como a la de poner textos.

Las reglas del premio son:
- Hacer una entrada con el premio.
- Responder las preguntas.
- Darle el premio a 10 blogs.

Preguntas:

1. ¿Por qué creaste el blog? Porque de pequeña siempre terminaba cansándome de los diarios personales a mano, así que pienso que uno en Internet es ideal para combinar textos y fotografías. Es un pequeño rincón donde se resume mi mundo.

2. ¿Qué tipo de blogs sigues? Normalmente aquéllos que me llaman la atención por la combinación con las fotografías y la originalidad de los textos.

3. ¿Tienes alguna marca preferida de maquillaje? Sephora o MAC. Aunque no suelo gastarme bastante dinero en marcas caras de maquillaje.

4. ¿Y de ropa? Pull and Bear, Zara, Tommy Hilfiger y Mango.

5. Tu producto de maquillaje imprescindible: Las sombras y el bálsamo labial.

6. Tu color favorito: El rojo siempre lo ha sido, pero a la hora de vestir me decanto por la combinación del turquesa y el marrón.

7. Tu perfume: Stella, de Stella McCarthney.

8. La película que más te ha gustado: “Mi vida sin mí”, “Orgullo y prejuicio”, “The Notebook”… No sabría decantarme por una.


9. ¿Qué país te gustaría conocer y por qué? Alemania. El verano que viene tengo pensado ir, porque me fascina tanto el idioma como los paisajes (y los alemanes, para qué te voy a mentir).

10. Esta pregunta háztela tú y responde: ¿Cuántos idiomas hablas y cuántos te gustaría aprender? Hablo castellano, valenciano, inglés, alemán y algo de francés. Me encantaría perfeccionar el alemán y aprender francés y ruso.


Los blogs a los que premio son:

Me llaman Octubre

Sonrisas de elefante y lágrimas de cocodrilo

Miqui Brightside

Cuentos de una gossip girl

MORALITY

El frío que sale de tu boca

Los maullidos de la chicagato

-Duna Loves-

Miss Caffeina

The red carpet of life


Cualquier pregunta a: http://www.formspring.me/dafneisern


martes, 19 de octubre de 2010

I don't mind if you don't mind

Supongo que es una de las cosas que más me atraen de la vida. Y mirarnos a ti y a mí, y sentir que todo puede cambiar en un solo instante y que el tiempo ya no regresará, y que tú y yo, los de antes, ya no somos los mismos. Toda esa sensación al respirar, que cuando exhalas e inspiras de nuevo otra bocanada de aire ya no te sientes la misma persona, y todo este proceso de cambio que se cierne sobre nosotros. Y entonces te preguntas si alguna vez realmente te has conocido, o si hubo un momento en el que dejaste de respirar por miedo a continuar cambiando. Porque si es así, en ese caso, todo esto parece muy surrealista.

martes, 12 de octubre de 2010

Give me to a rambling man

A mí los otoños me gustaban porque sí. Y podría haber dicho que era por las hojas en el suelo –con sus crujidos al pisarlas-, por los pulóveres de quita y pon, por los cielos encapotados de las mañanas o por los aires del norte; pero habría sido una mentira como un iceberg. Las razones a veces habían de dejarse aparte, tal y como solía decir Gaspard.

Pero aquel otoño fue horrible, de veras que sí. No me dejaron pasar la noche en la clínica. Y sí, que bien cierto era aquello de que no soportaba el olor a hospital condensado –con todas aquellas hileras de sillas simétricas y la gente de avanzadas edades, lo cual le aportaba todavía más aspecto de enfermizo si cabía-, pero no me habría negado a acompañarle en noches como aquélla, en las que el otoño parecía cernirse como con garras de cuervo sobre el jarrón con petunias que le había comprado su madre en la floristería de La Rue Montorgueil. Apenas contaba con la edad de veintiuno y ya vivía en un pequeño apartamento a unas manzanas de la clínica. ¿Y qué iba a hacer yo con toda aquella incertidumbre durante en noches como aquélla en las que el otoño parecía cernirse con garras de cuervo?

domingo, 3 de octubre de 2010

Aquéllos que no supimos hablar del mañana

Pasarnos horas y horas tarareando canciones de los 80 que nunca pasaron de moda a nuestros oídos. ¿Te apetece venir esta tarde a sentir que el mundo gira pero que nosotros sabemos hacerlo todavía más rápido? Ven conmigo y siente que viviremos para siempre. Ya no hay amaneceres que valgan cuando se trata de eternidad, sólo la firme convicción de que no pasará ni un segundo más. Dame la mano y olvida todo lo demás. ¿Puedes oír cómo sopla el viento a tu alrededor? Nosotros sabemos gritar más fuerte que él. Ven conmigo y siente que viviremos para siempre. Vamos a cortar el aire con mi Renault Florida; estamos a principios de mes y tengo el depósito a rebosar de gasolina. Aprenderemos el lenguaje del silencio para pedirle que se calle y que deje paso a nuestras voces. ¿Alguna vez has tenido dificultad a la hora de pronunciar un “adiós” demasiado definitivo? Entonces no lo dudes, cariño; ven conmigo y siente que viviremos para siempre.




Muchísimas gracias por ser ya 109 seguidores :)


domingo, 26 de septiembre de 2010

I will follow you into the dark


Creíamos encontrar la calma en el horizonte. Aquella sensación perenne de estar frente a la inmensidad condensada en un efecto óptico. El viento del mediterráneo haciendo estragos en nuestra capacidad de racionalizar todo aquello que nos rodeaba. “Love of mine, some day you will die. But I will follow you into the dark”. Tenía borrascas en las pupilas, pero terminaba secándomelas cuando me prometías que no me embarcaría sola hacia los páramos de la muerte. Sin horizontes. En la muerte no había sitio para ellos, y eso lo sabíamos los dos. Sería casi tan inverosímil como exhumarse a uno mismo. Casi tanto o más.


miércoles, 15 de septiembre de 2010

Somos marineros de agua dulce en pleno océano Atlántico










Porque la vida era un inmenso acantilado sin bordes delimitados. Y a veces caías tú solo, otras veces caías junto a mí, pero siempre era un sempiterno descenso sin cuerdas. Querernos siempre en momentos alternativos. Cuando estabas enfermo y cuando te marchabas a Canadá, a mí me mordía la pena, y si no era la pena eran las arañas que tejían sin cesar. Escribir del revés todo por desordenar la rutina de la expresión. Besarte la nariz cuando estamos en pleno invierno. Porque observarse con gafas de miope era mejor, siempre y cuando no tenía ganas de percatarme de ti. Las cámaras siempre en enfoque manual, porque desenfocar el panorama te hacía sentirte más fuerte. ¡Ya no hay puntos claros que enfocar! Y así iba todo, como un inmenso acantilado sin fin por el que todo el mundo baja pero nadie tiende a subir.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Come back home, honey

http://www.youtube.com/watch?v=SmZ5HEaVMjA&feature=player_embedded

Se va. Así es, vuelve a casa. Y ya no le importa que sus piernas no huelan a limpio, ni que sus clavículas se hayan deformado de tanto tumbarte sobre ella. Sabe que en el camino de vuelta no hay más que guijarros recubiertos de alquitrán y que se resbalará más de una vez, pero no le importa. Es consciente de que no gritarás su nombre para desgajar el silencio de la noche pidiéndole que vuelva. No hace falta. A ella ya la has desgarrado tanto por dentro como por fuera.
No la toques. Ya no es tuya. Ahora ya sabe que está lejos. Está tan lejos que ni siquiera puede oírse a sí misma. Los susurros le parecen borrones de granito y el aire ya no huele a olivo.
Ha perdido el miedo de evaporarse delante de los demás. Quiere ser vapor de agua y elevarse por encima del mundo. Por encima de ti, por encima de tu capacidad de olvidar.
Tiene las yemas intactas aun habiendo recorrido tantos surcos ásperos. No necesita las tuyas. Se acaricia sola o se estruja contra el cojín. Aprieta con fuerza los dedos de los pies cada vez que lo hace. Sabe que nadie la escucha, y eso es lo mejor de todo. Le da fuerzas para continuar haciéndolo. Para continuar arañándose cuando el ruido duerme.
¿Volverás a por ella algún día? No, déjala caer. Está ahí, con los brazos abiertos esperando que la abraces, pero no quiere tocarte. Sabe que si la tocas se fragmentará, y entonces nada ni nadie podrá recomponerla.
Ya no le lloran los ojos, sino las ganas. Las ganas de vivir se le condensan. Como el agua. Lúcidas y escurridizas. Creo que dijiste que se moría, y no es verdad. Se suicida poco a poco. Te arranca a pequeñas exhalaciones y eso la mata. Todavía recuerda tu forma de decir “adiós”. Se lo repite cada noche antes de dormir, antes de volver a casa, tras una larga guerra que nadie recordará. Ni siquiera ella.


No suelo acompañar textos con canciones, pero creo que la ocasión lo merecía.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Tengo vida sueño





Volábamos con las palabras. Jugábamos a conjugar verbos con pronombres inadecuados a fin de hacerlos nuestros y sentir que tocábamos la libertad de expresión. Utilizábamos plumas de ave como separadores de páginas y pasábamos tardes y tardes leyendo historias hasta altas horas de la noche. Tú lo hacías con tus gafas de aviador, mientras que yo siempre elevaba el libro entre mis manos a una distancia que tú considerabas exagerada.

Así fue como, a pesar de estar recluidos en un pequeño apartamento de alquiler, nos dejábamos llevar por la corriente polar de los sueños literarios, aquéllos que vuelan tan alto que te depositan muy lejos de la realidad.

Preguntas: http://www.formspring.me/dafneisern






miércoles, 18 de agosto de 2010

El arte de eternizar el momento

Sinopsis

“Descorazonamos al tiempo para que éste no termine por deshojarnos”. Ésta es una de las frases que Ellen Blazer no puede quitarse de la cabeza. El transcurso de los segundos se comienza a convertir para ella en una verdadera obsesión que, tras abandonar Earlswood, se verá acentuada con creces. Al mismo tiempo, entabla una extraña relación con Evan, un solitario joven con el que tiene muchas cosas en común. Ambos, desde una perspectiva distinta aunque a la vez cercana, rozan casi con la yema de los dedos el rastro perturbador de la muerte, la fugacidad de la vida y los sueños prematuros en los que se apoyarán para continuar.


Un pequeño fragmento de la novela:

Apoyé mi cabeza sobre su hombro, para beber más de aquel contacto que iba a hacer que la cabeza me estallara en mil pedazos. Me sentía como una estúpida marioneta de pantomima absurda, con las falanges ridículas que intentaban a duras penas aferrarse a un bote salvavidas. Cerré los ojos para concentrarme en el roce con su piel. Era aterciopelada, por lo que la yema de mis dedos no podían dejar de trazar figuras indefinidas en las llanuras de su espalda.

Abrí los ojos. Miré hacia el horizonte, donde estaba mi antigua casa. El paisaje estaba comenzando a teñirse de un tono rojizo debido a que el sol comenzaba a ocultarse. Los cerezos empezaban a desprender el halo incendiario de antaño, aquél que tantas tardes había presenciado cuando las cosas iban bien.

Fue, quizás, como un salto en el tiempo. Un restablecer de aquel estado de ataraxia que me otorgaba contemplar el incendio del follaje. Con la apenas imperceptible diferencia de que me encontraba en el lago, empapada hasta los huesos y abrazando a un casi desconocido del que me era imposible separarme.

-Haz que no termine –le susurré al oído-. Daría lo que fuera para retener este preciso instante del día, cuando el sol comienza a ocultarse en el horizonte y todo parece cobrar vida.

-No querría hacerlo ni aunque pudiera. Si retuviera para siempre este preciso momento, perdería toda la magia recluida en la misma brevedad. Es como la propia vida, ¿acaso te gustaría ser inmortal? No te empeñes en abarcar términos sempiternos, porque acabarás dándote cuenta de que no merecen la pena –me respondió él sin dejar de abrazarme-. Escucha el latido de tu corazón, atiende al ritmo de tu respirar. No sabes con certeza cuándo será la última vez. Por lo que más quieras, Ellen, respira hasta que se te astillen las costillas, abrázame hasta que te quedes sin fuerzas, porque será entonces cuando realmente te inundarán las ganas de seguir viviendo para presenciar otro momento más como éste. Como una estrella fugaz, que a pesar de no mantenerse siempre oscilando en el firmamento, a pesar de no ser más que un efímero rastro de luz, tiene mejor fama que cualquiera de sus compañeras estáticas.



El título no es definitivo ni mucho menos, ni siquiera la sinopsis, pero me pareció buena la idea de colgar un poco aquí para ver qué os parecía. He cogido un fragmento al azar porque no me decantaba por ninguno.

La estancia en Inglaterra ha sido inolvidable. Todavía echo de menos el frío en los labios y las largas conversaciones por la noche, pero la verdad es que también tenía muchas ganas de volver al blog :)




jueves, 29 de julio de 2010

Mad world

Nosotros no estábamos locos: éramos unos “jodidos perturbados”. O al menos eso era lo que el guardia del pasillo solía mascullar entre dientes cuando hacíamos de las nuestras. Lo repetía como unas quinientas veces al darse cuenta de que Paul se meaba encima de camino a los aseos. Había perdido el brazo izquierdo en la guerra de Vietnam, por lo que suplicaba sonriendo al guardia que se la aguantara mientras lo hacía, ya que era zurdo de nacimiento. Como era lógico (o al menos eso creo, porque el doctor Woolrich dice que no tenemos todavía afianzado ese concepto), el guardia se negaba, y éste terminaba apestando a orina y dándole más trabajo al servicio de limpieza.

Pero Paul era un gran tío, de eso estoy seguro. Me gustaban sus pómulos marcados y la forma que tenía de sonreír, como si fuera la cosa más difícil del mundo, realizando una mueca estrafalaria con el carrillo izquierdo. Qué tío, cualquiera habría apuntado que era de izquierdas, pero la verdad es que en cuanto a ideología política, era menos rojo que la sangre de la reina de Inglaterra.

Luego estaba Cornell: el fumador empedernido. Era todo un veterano allí, aunque nunca llegó a revelarme las razones que le condujeron al manicomio. Tenía tres hijos y una bonita esposa cuando la locura llamó a su puerta. Ocurrió mientras cortaba el césped. Dicen que se quedó parado, con la vista fijada en el cielo. Intentó acabar con su vida con una cuchilla de afeitar.

Con eso aquí no hay problema, porque todo objeto mínimamente cortante está prohibido. Sin embargo, Cornell consiguió sus propósitos a finales del año pasado. Fue por el tabaco, aunque no de la forma convencional. Resultó ser toda una ironía, porque el médico no dejaba de repetirle que el tabaco terminaría con su vida, ya que contenía gran variedad de sustancias nocivas. A pesar de eso, la nicotina no tuvo la culpa. Cogió un cigarro más de su cajetilla y le prendió fuego al filtro. Se cortó las venas, ya saben. En su habitación había sangre por todas partes. Todavía hoy sigo preguntándome cómo algo tan blando pudo rebanar su curtida y gruesa piel. De todas formas, yo me pregunto demasiadas cosas numerosas veces. Es por eso por lo que estoy aquí.



Éste es un relato que escribí en mi Moleskine durante un largo trayecto en coche. La verdad es que no estoy acostumbrada a redactar cosas así, pero en aquel momento fue lo que me venía. Me marcho a Inglaterra y no regreso hasta el 17 de agosto, así que hasta entonces no podré responder comentarios. Lo más seguro es que cuando regrese publique la sinopsis y un trocito de la novela que llevo escribiendo casi un año, para ver qué os parece y tal. Pasadlo bien en mi ausencia. ¡Os echaré de menos! :)

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martes, 20 de julio de 2010

Carta a una señorita en París (segunda parte)

París, 30 de junio de 1958

Querido Sven:

Pensé que jamás volvería a saber nada de ti. Habría sido algo normal, desaparecer sin dejar rastro alguno. Y con esto no te lo reprocho, pues en estos momentos es lo último que quisiera hacer, que no te quepa la menor duda.

Apenas puedo hacerme a la idea de las calamidades y penurias por las que estás pasando. Pero supongo que tú siempre has sido una persona inquieta, que nunca tiene los pies en la tierra y que recorre mundo porque no cree pertenecer a ninguna parte. Yo soy una chica con principios ya pactados; así me lo han inculcado desde muy temprana edad y así ha de ser. No puedo decepcionar a mis padres, aunque eso ya lo sabes.

Empero, aunque estemos distanciados durante el resto de nuestras vidas, te agradecería (y no sabes cuánto) que nos mantuviésemos en contacto por correo. Cuéntamelo todo. Cada una de las cosas que hagas y todos los sitios que visites. Quizás suene algo indiscreto, pero es algo que necesito. ¿Nunca has querido ser mosca para escuchar todo lo que ocurre en algún lugar sin que nadie se percate? Bien, pues yo siempre quise sentirme así algún día. Me encantaría ver la vida a través de tus ojos, intentar entenderte un poco más, ya que apenas pude hacerlo cuando estaba a tu lado.

Yo, por mi parte, prometo relatarte los hechos más relevantes que ocurran en mi vida –pues soy consciente de que a ti las banalidades te importunan-.

Aquí las cosas marchan con una rutina que a ti terminaría por asfixiarte. He terminado por acostumbrarme a la muerte y al dolor en el rostro de los heridos, pero todavía se me encoge el corazón al perder una vida entre mis manos. Porque es así y no de otra forma; aferro con mis pequeños dedos sus manos ensangrentadas en un último intento por infundirles tranquilidad. Cuando estaba con mis estudios me convencía a mí misma de que al ver pasar tantas veces ante mí infinitas defunciones, terminaría por ser algo normal. Pero, ¿es acaso eso bueno? ¿Tomarse a la muerte como algo cotidiano? A veces creo que hay determinadas cosas que no han de tomarse a la ligera.

Cuando una vida se esfuma, el ambiente se torna pesado y sólo puede instalarse un indefinido silencio que parece no terminar. Tú no lo aguantarías. Sé que no soportas el silencio, necesitas desgarrarlo de cualquier forma: tarareando una canción, soltando alguna onomatopeya, chascando los dientes, rascando superficies… Así que espero que estas palabras puedan romper el silencio de mi voz en tu cabeza. Imagínate que te cuento todo esto con mi voz variable pero suave (tal y como tú decías), que te cojo entre mis brazos y que te pierdes entre mi extraño olor a desinfectante.

Te quiere,

Edith.

Miles de gracias por los 24 comentarios en la antigua entrada :)

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lunes, 12 de julio de 2010

Carta a una señorita en París


Berlín, 17 de junio de 1958

Querida Edith:

Ante todo, comunicarte (aunque eso lo habrás deducido tú solita) que no estoy muerto. Sé que llevo unos quince meses sin escribirte, pero no he encontrado otra ocasión más propicia para hacerlo.

No sé qué tal irán las cosas por París; sin embargo, puedo asegurarte que por aquí no hay ningún lujo a unas cuantas manzanas. Friederich y yo nos metimos de ocupas en un pequeño antro en Ackerstraße, donde apenas cabemos los dos y el pequeño bichón maltés que nos encontramos abandonado. La insalubridad se respira en cada rincón, por lo que he tenido que apartar unos cuantos excrementos de rata para poder escribirte esto. Recuerdo que la semana pasada teníamos tantas bolsas de basura acumuladas en el recibidor que a duras penas se podía respirar. El hedor es todavía más insoportable debido a las altas temperaturas, no sabes las ganas que tengo de que llegue el frío.

Después de relatarte una suculenta a la par de breve descripción del ambiente desde donde te escribo, voy a pasar a lo primordial.

Lo nuestro terminó con la rapidez con la que los días de pesadumbre se pierden en el olvido. Ambos sabíamos de la imposibilidad de llevar a cabo algo así. No supimos llevar el hilo conductor de la relación, así que éste terminó por deshilacharse. Envejecíamos mirando al tiempo con desprecio. Al cabo de dos meses juntos nos sentimos demasiado atados el uno al otro. Comprendimos que llegaría un día en el que algo nos lanzaría al mar y cada uno intentaría nada hacia orillas distintas, por lo que terminaríamos ahogándonos.

Todavía tengo presente tu olor a desinfectante. Quizás suene vulgar y habría sonado mejor algo así como a amapolas o a flores silvestres, pero no podía tratarse de otra cosa al provenir de una enfermera francesa. Maldita sea, de veras que no sabes lo que es estar pegado al maldito bote de alcohol las veinticuatro horas del día. Friederich dice que voy a terminar colocándome y que algún día me reventarán las fosas nasales, pero a mí no me importa. Tanto da, sinceramente. Él no lo entiende. Fuiste mi peor vicio, así que qué menos que algún rastro insignificante de las malas costumbres. Qué menos, desde luego.

No quiero escribir un adiós (ni siquiera un “hasta luego”), porque no soy de los que se despiden de forma tan corriente, ni de los que finalizan con frases memorables.

P.D: Te pido disculpas por mi mala caligrafía y por el manchurrón de café en la esquina, fue en un descuido.



domingo, 4 de julio de 2010

Hacer el amor a orillas del Volga







El otoño comenzaba a cernirse sobre Samara, y en el ambiente se respiraba un aroma aperlado que contrastaba conjuntamente con el graznido de los cuervos. El cielo se tornaba más grisáceo con el paso de los días, semejaba un manto monocromático que iba cubriendo toda Rusia en tan sólo un abrir y cerrar de ojos.

Y allí estábamos los dos; juntos, observando la superficie del Volga por manía inculcada desde niños. Hace años solíamos bañarnos desnudos, dejando constancia de nuestra inocencia ante los ojos alarmados de algún que otro viandante.

Pero aquella vez todo era distinto. El vodka recorría cada ramificación venosa de nuestro organismo, y la luna llena brillaba con una intensidad plateada incomparable. No había nadie por los alrededores, así que habíamos aprovechado para hacer el amor a orillas del río, aun teniendo la piel erizada a causa del frío y aunque nuestros labios hubieran adquirido un tono morado. No nos habíamos molestado en volvernos a vestir, por lo que permanecimos en silencio durante una media hora. Lyudmila tenía la barbilla sobre las rodillas dobladas, magulladas por alguna que otra piedrecita. Empezó a separar mechones de su pelo trigueño y a enlazarlos en una larga trenza.

-¿No tienes frío? Estás tiritando –le dije mientras pasaba mi brazo por su espalda.

-No, así estoy bien, de veras –rehusó de mi abrazo-. Anton, eres demasiado mecánico al hacer el amor. Acompasas bien el ritmo, lo tienes todo milimetrado, jamás te falta el aire, ni jadeas, ni susurras mi nombre. ¿Cuándo aprendiste? Y lo más importante: ¿cómo lo aprendiste? Quizás alguien te dijo que era como montar en bicicleta.

Sonreí azorado.

-Tú me enseñaste a montar en bicicleta –respondí.

-Sí, y tú conseguiste no caerte ni una sola vez. Siempre pretendes ser perfecto en todo lo que te propones, y esto no va así.

-Bueno, pero soy técnicamente una máquina en la cama.

-Sí, técnicamente.

Nos miramos a la vez durante unos segundos. Acto seguido, explotamos a reír sin control. No sé si por efectos del alcohol o por la estúpida ocurrencia, pero el caso es que fue la mejor noche de nuestras vidas.


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domingo, 27 de junio de 2010

Cuatro mil doscientas razones para vivir

Es incoherencia, perplejidad, anatomía efervescente y ganas de soñar. El rostro se le crispa cuando frunce el entrecejo, con las pecas revoloteándole las mejillas y los rizos bermellones jugando a despuntar. Guarda siempre los pensamientos juguetones en los hoyuelos simétricos, porque dice que así sólo le vienen a la mente cuando sonríe. Los decibelios de excitación le estallan en cada tímpano, el equilibrio se le derrama por la clavícula y colecciona conchas de caracol adornadas con pinturas acrílicas chillonas.

Tiene cuatro mil doscientas razones para vivir, y solamente unas quince para cortarse las venas en la moqueta del cuarto de baño. Pero Violeta es tan vivaz que quiere quedarse eterna en la adolescencia, con todos sus encantos a flor de piel y el verano sonriéndole desde la esquina. Así que se suicida a mediados de mayo, cuando el follaje de su pelo todavía no se incendia con el crepuscular estival. Se hunde en el agua fría de la bañera, con el camisón rosa de franela, el pelo recogido en una trenza y todos los recuerdos a buen recaudo: en las grutas infranqueables de su virginidad.


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lunes, 14 de junio de 2010

¿Sabes por qué destellan las luciérnagas?

Día 15

Se nos ahogan las palabras en el paladar. Ya casi no nos vemos. Estás tan distante que a duras penas puedo tocarte sin sentir que no eres más que un espectro lejano.
Siempre pensé que tendríamos un porqué en el que desenvolvernos con ganas de compartir sensaciones, pero es hoy más que nunca cuando veo que éstas volaron hacia el infinito (y quizás más allá).

Día 26

Hoy tengo vida azul violeta que sabe a frío y a humedad. El desplazamiento nebular dentro de tus ojos se ha detenido desde aquel preciso instante en el que te grité que reaccionaras. Reaccionar. Bonito verbo donde los haya. ¿A qué? Tal vez a mi olor, a mi presencia, a mis besos. Aún no lo tengo del todo claro.

Día 40

Ahora me hablas del suicidio, de luciérnagas y de eternidad. Parece que estás ciega ante la vida, sólo se te despiertan las esperanzas con detalles simples como el parpadeo de las luciérnagas. Te intento hablar de nosotros, pero no me escuchas. Tú no estás aquí, estás demasiado lejos. Estás con las luciérnagas del cielo, y lo sé. Pero yo me niego a aceptarlo.

Día 165

Parece que es así. Te has ido para siempre. ¿Por qué parpadean las luciérnagas? Ahora sí lo sé. Las luciérnagas destellan porque las cosas bonitas nunca duran. Aunque tú siempre has sido eterna. Siempre has sido (y serás) mi pequeña y efímera eternidad.



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jueves, 27 de mayo de 2010

Der Augenblick ist mein








Hacía tanto frío que astillaba hasta el respirar, pero tú ni siquiera te inmutabas. Aun estando totalmente desnuda, con la piel de armiño llena de arañazos y heridas, la mirada cielo se te había solidificado por momentos, y sólo tenías campo de visión para las copas de los árboles. Te susurré algo al oído, pero estabas demasiado absorta en tus propios pensamientos como para responder siquiera. Olías a humedad, a barro y a lluvia.

-¿Te ocurre algo? –te repetí de nuevo, sin poder dejar de contemplar tu virginidad otoñal, que se esparcía poco a poco sobre un lecho de hojas caducas.

-No es nada, sino tiempo –me respondiste a media voz, que sonó tan inocente que se perdió en la penumbra.

-Escucha, vamos a reinventarlo. Lo haré por ti si es necesario. Hallaré alguna forma, aunque todavía no sé cómo. ¿Lo entiendes, Aimeé? Algo que nos permita huir, escapar de este infierno sin llamas, pero de camino al día de mañana –las palabras se me atragantaban en la garganta-. Puedo…

Me callaste con la mirada. Qué curiosa forma de hacerme mantener en silencio con pupilas que lo decían todo a los cuatro vientos.

-El instante es mío, y si lo considero, mío es el que hizo año y eternidad primero – citaste. Era aquel poema alemán que te había leído ayer-. No te preocupes, porque no es nada. No es nada, sino tiempo.

viernes, 14 de mayo de 2010

Atardeceres de limón














No hay más que cerrar los ojos para encontrarme frente a frente con que todo sabe a tus labios empapados en alcohol desinfectante; y no por el hecho de que te pasaras tardes y tardes con la botella de ginebra en mano –permanentemente con tan sólo dos tercios de la misma-, sino porque a cada roce instantáneo en el que pretendes endulzarme las penas, siempre terminas escociendo más que una herida abierta salpicada de acidez. Son estos recuerdos casi tan amarillos como cada tarde que pasábamos a orillas del lago de Annecy, contemplando cómo la superficie del agua se cristalizaba ante nuestros ojos, dando paso a ocasos que recortaban tu silueta, formando bordes de limón y amedrentando todas esas angustias que turbaban la razón.



PD: Noche de aburrimiento, así que acabo de crear un formspring. Por si alguien quiere preguntarme algo, de una forma más cómoda a la del blog.

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