domingo, 24 de enero de 2010

Colonizar(te)

Vivimos en espacios desconocidos. Tú, en todo tu conjunto, lo eres. ¿Cómo deshojarte para que al fin te desnudes ante mí? Cómo, a fin de cuentas, deshacer todo este envés que huele a extranjero.
Hoy por fin lo he logrado. Me he columpiado como solía hacerlo de pequeña. Ya sabes, tirando la cabeza hacia atrás para ver el jardín del revés mientras asciendes, corroborando que tan sólo tienes que alzar un poco la barbilla para mirar (con decencia) cara a cara a la realidad ya pasada. Volverla a su sitio inicial cuando me encuentro en el punto álgido de la colonización del cielo futuro, clavar la bandera en el planeta inestable y gaseoso de tu corazón y, por último, retornar a la parte trasera de nuevo.
No conformándome sólo con esto voy y comienzo a gritar conjugando participios –participantes en la conquista de ti (tú)-. Ya sean participios de presente, de futuro, como de pasado. Amans, amata, amaturus (que ama, amada, que ha de amar).

sábado, 9 de enero de 2010

Algún día volaré sin que te des cuenta












Creo que Alexis era la chica idónea para alguien que lo tiene todo demasiado pautado. Sí, vidas reglamentadas, ya saben. Sus dichosas fechas de cumpleaños en la agenda, los tomos de las estanterías por orden alfabético, los interminables horarios encerrados en cuadrículas con márgenes perfectamente alineados, tener los botes de alimentos con todas aquellas etiquetas de letra Verdana a tamaño doce, caminar siempre con los hombros a la misma altura –a ser posible con la columna vertebral bien posicionada-, ser debidamente correctos cuando a alguien le pasan la sal y todas esas gilipolleces que el orden social implica.
Y no es que ella fuera de esa forma, sino que a ella le daba por desarmarlo todo. Sin duda alguna, tenía los compartimentos del encéfalo descolocados. Seguramente no habría una sola zona para el impulso sexual, pues estaría mezclada con el juego.
A veces se encontraba buscando cosas que ni siquiera había perdido. “Lo que sea que haya perdido o no, lo encontraré”, solía decir. Y en cierto modo lo encontraba, porque al rato solía venir saltando como una loca, con algún objeto en la mano como pudiera ser un sacacorchos, y al momento ya le había bautizado con algún nombre de uno de sus cantantes preferidos. Quizás solía repetirse de vez en cuando, pues ya tenía creo que tres mismos cachivaches con el nombre de Dan Layus.
Pero, sin duda alguna, lo que tenía hecho un lío era el funcionamiento del corazón. Los engranajes oxidados, el miocardio desgarrado o sólo Dios sabe el qué. Y no mataba el tiempo, sino que el tiempo la mataba a ella. Como si cada vez que las ruedas dentadas de su mecanismo emocional quisieran avanzar un poco, fueran perdiendo fuerza porque nadie las engrasaba de la forma como a ella le habría gustado. Y la cuestión es que nadie puede darse cuerda a sí mismo para que los engranajes continúen girando, sino que se necesita a alguien que le dé como unas quinientas vueltas para que te queden rotaciones para el resto de tu vida.
Un día dijo que se había cansado de buscar, que había perdido el aire, como que le faltaba el aliento y no podía respirar. Era una chorrada, por descontado. Pero quise seguirle el juego, por lo que le recomendé que subiera a mi quinto piso, donde la contaminación no llegaba y le sería más sencillo encontrar oxígeno. Me dio las gracias y se marchó con prisa.
Me parece que saltó con los brazos abiertos, como intentando abarcar todo el aire que le fuera posible.
A Alexis se le paró el artefacto de forma prematura, por malgasto de energía de su indomable condición, por ganas de volar y, en definitiva, porque hay personas que no están hechas para vivir sin sueños.

viernes, 1 de enero de 2010

Gente nadie

Yo conozco gente que juega a no ser nadie, o a ser nadie, depende de cómo se mire.
A no tener nombre y a no venir de ningún sitio. A poder llamarse de todas las formas posibles: con o sin acentos, sin o con abreviaciones. Proceden tanto de Finlandia como de Detroit. Saben de lo que hablan y al mismo tiempo no tienen ni idea. Sueñan con volar, pero tienen miedo de caerse desde ciertas alturas. Hay que dirigírseles de tú, de yo, de nosotros o de ellos. Adoran la lluvia pero no soportan llover con el alma o con los ojos. No pertenecen a clasificaciones, pero adoptan fronteras dentro de sus posibilidades, para que los sueños no sean demasiado insostenibles, y poderlos rozar hasta con la punta de la lengua. Saben recluir el sentimiento en palabras pero en ocasiones dicen que no saben cómo expresarse, que eso no se mide en sílabas. Son firmes en cuanto a decisiones pero cambian de parecer con sólo cerrar los ojos.