Y yo asentía, aliviado de alguna forma por no tener que responder, mientras que ella se extasiaba en cada frase que profería. Extendiendo los brazos, gesticulando excesivamente hasta con la comisura de los labios, de manera histriónica y singular.
-¡Como lo oyes! Así, sin más. De buenas a primeras le dije que se olvidase de mí, que yo ya tenía las razones de vivir por otra parte, que no era necesario que siguiese suplicándome que me quedase a su lado. ¿Puedes creerlo? –aseveraba, con voz variable. De vez en cuando se tomaba su tiempo para darle una calada al cigarro. Irina fumaba en cantidades industriales. Vaya que si fumaba. No le importaba dejarse el carmín violeta en el filtro, a ella eso le daba igual. Le gustaba sentirse perteneciente a la denominada revolución feminista. Irina siempre había sido de ideas revolucionarias-. Así que aquí estoy, pidiendo que me dejes entregarme a ti sin que sirva de precedente.
Y yo sonreía como un estúpido, condescendiente y al mismo tiempo idiota. ¿Qué de cierto tenían sus palabras? Resultaba extraño que amase de forma tan humana con todos aquellos estereotipos bajo sus pupilas. Cambiaba radicalmente de tema y lo redirigía a los viajes que realizaríamos al extranjero, los tulipanes que pondría en la sala de invitados y los planes de futuro que nos esperaba en nuestra idílica relación. Estaba eufórica, con la mirada aleatoria y las ganas desbordándose por todas partes. Casi gritaba de la emoción, como jadeando por emprender todas esas cosas que la vida iba a brindarnos.
-¿Sabes qué es lo mejor de todo? Que tenemos todo el tiempo del mundo para gastarlo y esto sólo es el principio. Y creo que ahora mismo podría apagar las luces y te haría el amor, y quizás ni siquiera te importase demasiado, ¿verdad? Porque es así todo, querido Dmitry, ella le descarrila cada noche por la lujuria mientras que a la mañana siguiente él acude a su consulta tal y como hace todos los días. Y nadie, absolutamente nadie, puede imaginarse todas las cosas que ha hecho durante la noche anterior. Porque así de caprichosa es la vida, así de oculta y con tantas caras que uno termina perdiéndose. Perdámonos, pues, ahora mismo. Todavía nos queda una media hora antes de que amanezca.
Estoy algo ocupada últimamente con los exámenes, así que espero poder actualizar con más frecuencia y dedicarle más tiempo al blog cuando los termine.
Hoy me ha pasado algo "extraño" mientras andaba por las calles de Valencia, y sé que sonará idiota si lo escribo aquí (al menos a mí me lo parecerá), pero es que he visto a un chico atarse los zapatos y no he podido evitar pararme en seco. He andado cinco minutos más y he dado media vuelta para volver a verle. Tenía la imperiosa necesidad de volver a verle. El caso es que me he sentido tonta como pocas, ahí parada en mitad de toda aquella muchedumbre y mirando a un total desconocido. Me ha devuelto la mirada y me ha sonreído. Yo he seguido andando porque me he sentido idiota (sí, esa constante sensación que tengo de sentirme estúpida). Supongo que esos pequeños momentos me gustan. Fracciones de segundo que se te quedan grabadas y la extraña atracción hacia un total desconocido. Y en el fondo sabes que son rostros que jamás volverás a ver, situaciones que no volverán a ocurrir y sonrisas que no volverán a ser esbozadas.