domingo, 15 de diciembre de 2013

Alter Friedhof in Neuburg



Sus pensamientos apenas le permitían leer. Si comenzaba un párrafo, allí estaba el recuerdo, terco e incansable. Incluso al anudarse los zapatos o cuando se despertaba en mitad de la noche, empapada en sudor y acurrucada sobre sí misma por los cólicos que el alcohol le provocaba, allí anidaba el pasado, turbio como el agua de río que arrastra arenisca. Y yo la veía tiritar, como un animal extraviado, con parálisis del sueño que rayaban la locura y que le hacían buscar el calor de la almohada. Calor propio. Ni siquiera el canto de los pájaros al día siguiente conseguía calmarla. Se resguardaba en el silencio de un desayuno demasiado copioso para tan poco cuerpo. Cuerpo roto y desahuciado. Porque el alma había huido, o acaso la habían echado.

Ringsum ist Felseneinsamkeit.
Des Todes bleiche Blumen schauern

domingo, 1 de diciembre de 2013

We grow steady as the morning



Creo que no pensamos en lo que realmente importaba. En si aquella era la vida con la que habíamos soñado tanto tiempo, si habitábamos la fábrica de ilusiones que se alimenta de mitos callejeros.  Si nos atrevíamos a ver algo, era a través del cristal empañado de un tren en funcionamiento. Con las manos frías y las venas calientes. Había miedo en los poros de nuestra piel, miedo de que un ayer se convirtiese en un hace siglos. Y qué nos queda si no recuerdos. 

martes, 29 de octubre de 2013

Twined and twisted






Habitaba piel manchada. Enclaustramiento de biblioteca y años inservibles. Temí que no lograse soplar las velas como es debido, porque era una de esas chicas a quienes no les queda aire en los pulmones.
Sus henchidos carrillos parecían a punto de explotar, como un pequeño globo con demasiado aire en su interior. Sus labios apenas eran una línea torcida, “un renglón mal trazado”, tal y como solía decir su propia abuela. Los apretaba con tanta fuerza que solían desaparecer. Los chicos que la habían besado afirmaban que su saliva sabía amarga como las pepitas de manzana. Quizás se debiese al hecho de que no era de palabras dulces.
Le gustaba subir cuestas,  pero odiaba bajarlas. A veces caminaba sin descanso hasta la cima más alta. Era de piernas enclenques, pero resistencia de acero. Durante el ascenso sorteaba las rocas con la gracilidad de una cabra montesa, pero cuando tenía que volver sobre sus pasos, se tropezaba con frecuencia.

En su última excursión los árboles ya comenzaban a desnudarse y las copas se teñían paulatinamente del color del azafrán. Y bajo alguno de aquellos árboles había hierba mojada, briznas regadas por el llanto, barro húmedo que se negaba a endurecer.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

There's loneliness we cling to

A veces se siente que, por inercia, el mundo ha dejado de girar. Que se ha quedado suspendido, como una mota de polvo que se niega a continuar luchando contra el viento, como una hoja caduca que flota sobre el lago apacible, donde el rumor del agua apenas se eleva por encima de la propia respiración.  Y en esa eterna quietud inquebrantable, inundan las ganas de contemplar. De ver más allá de los límites que traza el camino, de atravesar el linde del bosque y atreverse a soñar qué es lo que esconden los arbustos. Comenzar, de este modo, a olvidar. A olvidar el abismo que se erige bajo nuestros pies, los escritos inacabados, la taza fría sobre la mesa y las palabras que nunca se atrevieron a salir de la bóveda de tu paladar. 

lunes, 9 de septiembre de 2013

Waldeinsamkeit



La soledad engulle al auténtico viajero. Lo arrastra y bambolea con la misma fuerza que el vendaval de otoño atiza el trigo sin recolectar. Si por comodidad o despreocupación, este se halla desprovisto de equipaje, le asalta la idea de que no hay nada más pesado que unos pies que no saben adónde se dirigen. 

sábado, 24 de agosto de 2013

Cronopios de verano




El aroma a lavanda se entremezclaba en el denso aire de verano, como un rastro tímido que se resiste a cobrar demasiada importancia. Su piel de armiño se tostaba poco a poco, adquiriendo el agradable color de las hojas del abedul en otoño.
Permaneció varios minutos contemplando una blanca mariposa. Daba pequeños saltos en el aire, virando de repente a merced de los apenas perceptibles cambios de brisa. Cerraba sus finas y tersas alas de golpe al posarse sobre el tierno tallo del rosal. Había inseguridad en su vuelo, como si no supiera a ciencia cierta junto a cuál de todos los estambres se detendría.
Pensó que era extraño que hubiera sobrevivido a la noche, al olvido, al tiempo. Veía su hogar en aquel joven olivo, pero la promesa de lo conocido había dejado de existir. Esa sensación perenne de ser extranjera en todas partes, de no pertenecer a ningún trozo de tierra. Vagar sin nombre, con un pasado que podría haber sido de cualquiera. Y le pareció que quizás todo aquello no era cierto, que todas aquellas personas nunca existieron en realidad, sino que fueron un producto de su mente que, atormentada por la soledad, los había ido creando como un demiurgo con ganas de dar vida.

La vida. Hacía tiempo que no se sentía tan viva como ahora. Quizás porque no se preocupaba por vivir, sino que, sencillamente, respiraba y contemplaba. Y observaba como una espectadora que no había sido invitada, como una intrusa que espiaba escenas que no le habían tocado vivir. Se había reencontrado con aquella mente perezosa que podía pasarse inerte durante horas, limitándose a disfrutar del declive del sol y del paso de los minutos, como si no hubiera ningún punto final que tuviese que ser escrito.

domingo, 11 de agosto de 2013

Estación de encuentro




No hay nada más cierto que esta piel que se pudre, que estos pies que se cansan de caminar y esta niebla que anega los ojos. Podríamos hablar durante horas, debatir sobre qué hay al final del trayecto y tejer las próximas despedidas, pero nos mantenemos en silencio, con las palabras enredadas en los labios y dos corazones arrítmicos que nunca saben ponerse de acuerdo. Y esa lista infinita de “podríamos” nos brinda alas y al mismo tiempo nos ata al suelo, nos subyuga a la posibilidad de que nunca se cumpla.
La estación está ante mí, como un monstruo de hierro que no duerme, una máquina de sueños que empapa de luz y humo la ciudad. Siempre pienso que son lugares donde se fabricaban las historias, donde el mundo parece un poco menos grande y las manos juegan a desenlazarse.

Con pasos trémulos y ausentes, bajo la atenta mirada de un revisor que no parece reparar en mi nerviosismo, me adentro entre el gentío y comienzo a buscar. Observo como una niña que supervisa minuciosamente un escaparate de una tienda de juguetes, intentando localizar algo que haga girar los engranajes de mi corazón, oxidados por el paso del tiempo. Mis ojos recorren inquietos cada rincón de la estación, se posan como golondrinas sobre los andenes, los raíles y la cúpula de vidrio que se yergue sobre mi cabeza, hasta el punto de que este incesante revoloteo acaba por marearme. Creo que empieza a llover, o acaso es producto de mi cansancio. Y las gotas de lluvia martillean mis sienes, las agujerean hasta que no hay nada más que un andén vacío y un mecanismo roto que no deja de traquetear. 

martes, 16 de julio de 2013

Aprender a olvidarme de recordarte






Si llovía sobre las baldosas de tus omóplatos, nadie se preocupó por cubrirlas de lana. El tiempo pasaba, pero tú te mantenías estática como una veleta a la que el viento no afecta. Veías pasar los segundos en procesión, saltando de rama en rama como insectos que se niegan a hacer caso de la gravedad que les recae sobre las patas. Y si algunos volaban hacia el sur para buscar los rayos del sol, tú te marchabas hacia donde el agua rara vez fluye. A lo lejos recortaban los edificios el cielo como cuchillas, rasgando el horizonte con sus cúspides de metal. Y tú soñabas con casas blancas, tejados planos y macetas en los balcones. Entonces te preguntabas cuántas veces tendría que ponerse el sol para que la agitación cesase, para que la ilusión no terminase agriándose durante el camino. Bastaba cerrar los ojos para estar allí y, sin embargo, tan lejos.  



la pequeña viajera
moría explicando su muerte

sabios animales nostálgicos
visitaban su cuerpo caliente

jueves, 20 de junio de 2013

Cuando la tierra se vuelve extranjera





Me asomé por el balcón, con cuidado de no acabar con los pies manchados por la ceniza esparcida sobre las baldosas. Cedí ante el peso de mi cuerpo, clavándome la barandilla y quedándome sin más respiración que la de unos pulmones que fumaban demasiado. Observé, no sin cierto recelo, cómo toda aquella gente caminaba sin detenerse.
Hacía tiempo que había dejado de cocinar, pero el olor a col hervida todavía se me pegaba a la camisa. Lejos de sentir agobio o incomodidad, albergaba la duda inexacta de si aquel era mi cuerpo y aquellas eran realmente mis manos. Palmas resbaladizas y secas por el viento de poniente. De si aquello que se extendía ante mis ojos era una ciudad que yo misma soñaba o si era la propia ciudad la que a mí me imaginaba, como parte de una obra inacabada e imperfecta. Porque, de alguna manera u otra, me había terminado perdiendo. Había desparramado trozos de mí en aquella ciudad, o tal vez me los habían arrancado.
Entonces me acordé de aquella otra lejana ciudad donde las palabras salen acompañadas de vaho, donde los pájaros duermen de día y los balcones se escarchan con la primera luz del alba. Y me di cuenta de que estaba lejos, tan lejos que ni siquiera sabía en cuántos trenes tenía que subirme ni cuántas horas de trayecto habrían de pasar. Tan lejos que dolía más que la barandilla bajo las costillas, por lo que dejé de respirar.

  

domingo, 19 de mayo de 2013

De aquí al mañana solo hay un cierre de pestañas







Sé que pronto todos nos iremos. Que nos preguntaremos, con la duda bajo el paladar, si acaso alguna vez nuestros cuerpos estuvieron en un mismo cuarto, si hubo noches de insomnio donde las palabras le ganaron la batalla al intermitente canto de los grillos. Y podemos fingir que perviviremos en el recuerdo sin pagar nada a cambio, pero el olvido siempre acaba apareciendo tarde o temprano.
Porque hay viajes que agrietan el miocardio, de los que recuerdan que unos parten mientras otros regresan. Con libros que tiemblan sobre el regazo por el traqueteo del tren, palabras que bailan en torno a raíles oxidados y amaneceres desenfocados tras el cristal. Y de pronto nos damos cuenta de que no nos quedaban manos para decir adiós, ni lágrimas para lamentar kilómetros de distancia.

martes, 30 de abril de 2013

Amazon love









Ahora la asaltaba en sueños, le endulzaba las noches y le amargaba los despertares. Le aceleraba el pulso más de la cuenta y la acompañaba en aquellos trayectos de tren donde la última parada jamás parecía llegar. Aparecía entre las líneas de poemas anónimos, en el té de las cinco con un poco de leche, en la lluvia temprana y en las noches cerradas de carretera. Siempre, de alguna manera u otra, terminaba encontrándola.

I don't let the fantasy go beyond that. I can't let it. 


Hace poco escribí una crítica sobre un gran libro de Ernesto Sabato y fue publicada en Tokio Blues, una revista online con todo tipo de entradas sobre música, libros y arte en general. http://tokioblues.com/review/ernesto-sabato-el-tunel-1948/  Esta magazine es una apuesta joven que merece la pena visitar.

domingo, 14 de abril de 2013

Sommerregen



 

Remamos hasta que los músculos se nos entumecieron a causa del viento de primavera. Propuse que fuéramos al lago porque en casa todavía olía a pintura fresca y me mareaba con frecuencia. Me escocía la piel por haber escogido el sendero plagado de zarzas, por haber pedaleado con demasiada fuerza. Pero aquella vez no sollocé, sino que me limité a ayudarle a remar hasta que el sol alcanzó su cenit. En círculos, sin trazado definido, sorteando obstáculos invisibles torpemente, del mismo modo que él huía de los silencios como quien rellena tarros de miel. Con palabras dulces, pegajosas y escurridizas, de las que se adhieren al paladar y dejan tanto rastro que permiten inculparnos con el paso del tiempo. ¿Cómo podía anhelarle si él estaba allí mismo? Una nostalgia prematura y sin aparente fundamento se me apilaba bajo el miocardio. Tirité violentamente, con la excusa de que fue a causa de la brisa de mediados de abril. El sol había comenzado su descenso sin cuerdas, tiñendo de naranja melocotón el límpido horizonte. ¿Cómo podía marcharse si esta mañana estuvo ahí mismo?

lunes, 18 de marzo de 2013

Fernweh




Así que pensaba que, si se iba a dormir, la pena mermaría y el sol de mañana sanaría las heridas de las noches de llanto. Porque solo era piel pegada sobre huesos, piel que rezumaba sudor y horas de insomnio. Pero los párpados eran tan pesados que no llegaban a abrazarse entre ellos, sino que había un duelo de pestañas sin claro ganador. Quería que la encontrasen, pero ni ella misma sabía dónde estaba, así que puso en marcha el motor para hallarse en algún sitio. Y los postes de luz ahora eran gigantes de hierro que pasaban tras el cristal frío. La radio cambiaba de emisora sin que ella se lo pidiese, pero apenas le quedaban fuerzas para agarrar el volante con las dos manos. Había miedo en su coraje, porque sabía que nunca llegaría a cruzar aquella frontera sin delimitar. 

domingo, 10 de febrero de 2013

Lovers wrapped in piano strings



Yo los he visto. Juro que los he visto. Bajo las copas de los árboles, con libros entre las manos y labios que nunca se cansan de sonreír. Se miran como extraños y como parientes, pues van a un solo latido y respiran el mismo aire. Y no les importa ser vistos, porque la noche acecha y en la penumbra nadie se molesta en esforzarse por recordar. Con los pies fríos se besan bajo bufandas de lana y mitones empapados, se recorren sin planos y sin tomar atajos.

Yo los he visto, o tal vez no. Quizás solo fueron realidad imaginada, material de relato que nunca dejó el olor a tinta fresca. ¿Acaso importa si alguna vez estuvieron ahí afuera? ¿Si realmente rozaron las suelas de sus zapatos el suelo adoquinado? La no existencia siempre está ahí, nunca nos abandona, sino que permanece eterna y nos brinda alas una y otra vez. Siempre alienta, regala horas de sueño y cuentas atrás.

Yo los he visto. Juro que los he visto. Estaban allí desde el principio. Antes de que los narrase, mucho antes de que yo escribiese estas líneas y de que esta nieve soñada termine por derretirse. 

lunes, 14 de enero de 2013

Como si tuviese el mar Báltico atragantado





Sé invierno. Porque es fin y principio. Es escarcha sobre pestañas que tienen miedo de revolotear. Alas de colibrí nevadas que esperan que el sol las haga liberarse con los primeros cantos de vaho. Narices respingonas contra cristales mojados, nubes de amianto y manos que se niegan a decir nunca. Porque oír algo en esta época del año es tan ensordecedor como saltar desde el rellano de tus mejillas. Es la estación eterna donde no efectúan los trenes parada. Y a pesar de que la nieve cuaje bajo tus pies, tienes calcetines gordos de Jönköping, oxígeno de sobra para tararear un blues y ginebra con sabor a roble. Uno no le perdona nada al verano, pero un mal invierno lo tiene cualquiera. 

sábado, 5 de enero de 2013

En Lisboa chirrían hasta tus pestañas


                                      
Sé que ayer fue una mañana de las de cal en las persianas. De las que no apetece levantar la mirilla para observar si la nieve ya ha terminado de derretirse. Pero ¿y si hoy fuera una de esas tardes de arena? De las que vamos a recoger conchas que entonan canciones marinas, donde el océano y el cielo se abrazan como si no se hubieran visto en mucho tiempo, donde el agua baña nuestros pies y juega en torno a los tobillos. Y tal vez no decidamos con quién soñar cada noche, pero las horas de luz siempre serán nuestras. Juro que nadie podrá arrebatárnoslas.
No solo de recuerdos difusos vive el ser humano. Porque el mundo sigue ahí afuera, sigue rotando sobre sí mismo, con personas que van y que vienen, sin rumbo fijo o con expectativas, en un vagón de metro o tras el mostrador de una tienda.

Please believe that things are good with me, and even when they’re not, they will be soon enough.