martes, 16 de julio de 2013

Aprender a olvidarme de recordarte






Si llovía sobre las baldosas de tus omóplatos, nadie se preocupó por cubrirlas de lana. El tiempo pasaba, pero tú te mantenías estática como una veleta a la que el viento no afecta. Veías pasar los segundos en procesión, saltando de rama en rama como insectos que se niegan a hacer caso de la gravedad que les recae sobre las patas. Y si algunos volaban hacia el sur para buscar los rayos del sol, tú te marchabas hacia donde el agua rara vez fluye. A lo lejos recortaban los edificios el cielo como cuchillas, rasgando el horizonte con sus cúspides de metal. Y tú soñabas con casas blancas, tejados planos y macetas en los balcones. Entonces te preguntabas cuántas veces tendría que ponerse el sol para que la agitación cesase, para que la ilusión no terminase agriándose durante el camino. Bastaba cerrar los ojos para estar allí y, sin embargo, tan lejos.  



la pequeña viajera
moría explicando su muerte

sabios animales nostálgicos
visitaban su cuerpo caliente