Si
llovía sobre las baldosas de tus omóplatos, nadie se preocupó por cubrirlas de
lana. El tiempo pasaba, pero tú te mantenías estática como una veleta a la que
el viento no afecta. Veías pasar los segundos en procesión, saltando de rama en
rama como insectos que se niegan a hacer caso de la gravedad que les recae
sobre las patas. Y si algunos volaban hacia el sur para buscar los rayos del
sol, tú te marchabas hacia donde el agua rara vez fluye. A lo lejos recortaban
los edificios el cielo como cuchillas, rasgando el horizonte con sus cúspides de
metal. Y tú soñabas con casas blancas, tejados planos y macetas en los
balcones. Entonces te preguntabas cuántas veces tendría que ponerse el sol para
que la agitación cesase, para que la ilusión no terminase agriándose durante el
camino. Bastaba cerrar los ojos para estar allí y, sin embargo, tan lejos.
la pequeña viajera
moría explicando su muerte
sabios animales nostálgicos
visitaban su cuerpo caliente