viernes, 7 de noviembre de 2014

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Comprendió que él, o acaso el recuerdo que de él conservaba, ya no era más que un punto casi insignificante, empequeñecido por el espacio que entre sus cuerpos se había erigido; un punto que podía o no existir, porque, a fin de cuentas, poco importaba ya. Y aquel muro de cemento, aun habiendo supuestamente sucumbido a la presión ejercida desde uno de los lados, desde aquel otro mundo paralelo e irreal, se mantenía allí, más opaco que nunca, inamovible e inquebrantable. Pero ella, como observadora terca a la que le cuesta cerrar los ojos para siquiera parpadear, como una niña todavía curiosa que prefiere ver el dolor a tener que imaginárselo con su mente (acotada, seca, erial donde pocos sueños podían crecer), contempla desde la torre aquel telón de acero y piensa que todo está tan inerte, tan gris y vacío, que es imposible que algo emita algún tipo de sonido al colisionar. En cierto modo se alegra de ver esa línea que delimita, que separa, que traza, que diferencia. Qué es aquí y qué allá. Porque hay una lamentable tendencia a olvidarse de que, para ser realmente libres, a veces es necesario delinear fronteras, gigantes monocromáticos que nos impiden caer al abismo que acecha al otro lado. 

viernes, 27 de junio de 2014

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La ciudad, macilenta e infectada, no era más que un reflejo de aquella pesadilla que se materializaba constantemente, que se negaba a desvanecerse. Y había un llanto mudo, perpetrado por unos ojos que no se atrevían a humedecerse, por unos labios que, indiferentes al dolor ajeno, cometían la insensatez de entreabrirse en momentos en los que el silencio quería llevar la voz cantante. Ella sabía que no y, no obstante, allí estaba la convicción de que quizás sí. Ese ínfimo margen de duda se expandía hasta abarcarlo todo, influyendo de manera irreversible todas y cada una de las decisiones que tomaba. Así, la posibilidad acabó asesinando lo que una convicción amarga podría haber salvado. 

jueves, 29 de mayo de 2014

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Ni lágrimas ni aire, el aire había faltado de golpe, desde el fondo del cráneo una 
ola le había tapado los ojos, ya no tenía cuerpo, lo último había sido el dolor una y otra 
vez y entonces en mitad del alarido el aire había faltado de golpe, expirado sin volver a 
entrar, sustituido por el velo rojo como párpados de sangre, un silencio pegajoso, algo 
que duraba sin ser, algo que era de otro modo donde todo seguía estando pero de otro 
modo, más acá de los sentidos y del recuerdo.






Pero ahora la oscuridad se cernía como las hojas caducas se abalanzan sobre el asfalto. Y no recuerdo cuántos terrones de azúcar acabaron en tu café, del mismo modo que se ha borrado el número de veces que te quedaste absorta en tus pensamientos sin rumbo, sin timón y sin viento favorable. Porque yo te contemplaba en primer plano, me empapaba de tu cromatismo al desnudo, de la naturalidad que cada poro de tu piel destapada supuraba. Yo te admiraba embobado como un ingenuo que disfruta del arte desde la ignorancia; sin conceptos claros que abrigar bajo el puente del paladar, pero con la incuestionable certeza de que nada me pareciera más absurdo que no desearte. Entonces tú me miraste, al fin, de frente. Torciste el gesto y me confesaste que hacía tiempo que ya no sentías el frío en los huesos, que la vida (tu propia vida) ya no era algo sobre lo que podías conversar sin sentir el peso insoportable de la indiferencia. Y por un instante enrojecí, porque mis palabras, como las del visitante de museo desinformado, acometían contra el muro de la incertidumbre con la que toda falta de pericia termina por toparse. El silencio te golpeó de costado. Recurrí a darle un trago a mi café, por ver si la respuesta se encontraba en el fondo de la taza, junto al azúcar sobrante.
—Salgamos, he de regresar —repusiste.

Fue entonces, al abofetearme el aire de la ciudad despierta, cuando creí haber encontrado algo que pudiera tomarse la licencia de asesinar el vacío que entre nosotros se había abierto. Pero ahora la oscuridad se cernía como un manto de tela opaco. Y nosotros deambulábamos a tientas como desconocidos que solo comparten la acera que pisan. A tientas por la ciudad sin carteles, sin calles y sin salida. 

viernes, 23 de mayo de 2014

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Y en verdad creo que eran las horas lo que me amargaban. Las horas tras el despertar y no otras, aquellas que todavía se debatían entre lo que comienza a ser y lo que todavía permanece en el sueño, pensamientos esclavos de la inconsciencia. Era en tu pecho, sobre tu esternón de piedra, donde fui mártir de tu ausencia. 

Dis moi si tu aimes biens bien nos paresses et nos matins d'amoureux.

jueves, 1 de mayo de 2014

(Never) Let me go





Estoy sufriendo un preludio, algo que ni siquiera ha ocurrido todavía y que, sin embargo, es tan real como el ahora que aquí nos sostiene. Una anticipación al dolor, algo que no ha llegado a materializarse pero que quema la carne. Alguien dijo alguna vez que es mejor morir en la cumbre a bajar por la ladera dando tumbos. Ahora estoy sobre el peñasco y quiero llorar por aquellas lágrimas que no tienen razón alguna para ser derramadas. Lágrimas injustificadas que anuncian que la euforia se amarga siempre al mirar hacia delante. Y tú te vas, te vas y vuelves. Estás aquí, a mi lado y, aun así, ya te has ido. 

miércoles, 9 de abril de 2014

Durch Berlin fließt immer noch die Spree









Between the death of the one and the birth of the other, much water will flow by, a long night of chaos and desolation will pass. 



En su terca obsesión por protegerse, le imaginaba imperfecto y anónimo, como una partitura incompleta o un lienzo sin firma. Si hay que amarle, que sea alguien sin rostro, alguien cuyas facciones se desdibujen con el paso del tiempo.  Ideaba justificaciones una detrás de otra. Se convencía a sí misma de que su constante deseo se alimentaba de cada uno de aquellos triviales gestos; de las cosas diarias y absurdas que él perpetraba cada día. Aquello no significaba, sin embargo, que buscase una lógica sana, un motivo racional por el que perder el apetito. Al menor titubeo, allí crecía la incertidumbre como la ortiga en el campo, desencadenando un mar de interrogaciones que terminaba sumiéndola en la desesperación. Y así continuaba cada día, agazapada en la trinchera de un amor que nunca llegó a consumarse, tierra de nadie, yerma y sucia.  

martes, 25 de marzo de 2014

Decay











Y ya no deseaba sino quedarse crucificada a la tierra, sufriendo y gozando en su carne el ir y venir de lejanas, muy lejanas mareas;

Y es precisamente allí, en la orilla húmeda, con los pies hundidos en el fango, la piel aterida de frío y los sentidos amordazados por el cambio de estación, donde escucha croar el envejecimiento de su propio cuerpo. Ya no son sus manos las que ayer sostuvieron las de aquel que le robaba el sueño.  Se le agrietan las cutículas, se le doblegan las falanges como alambres maleables, se tiñe el cabello de sus sienes de un gris lápida. Quizás sean esas manos desgastadas, abrumadas por el decaer de un ser vivo, las que escribirán las últimas líneas de su propia elegía. Porque las lamentaciones hacia terceros siempre sonaron insulsas y falsas. No hay nadie que lamente más la muerte que el propio fallecido. En el paso angosto del bosque, observa los guijarros del camino y los maldice en silencio.  Quién fuera piedra, impertérrita y ajena al inexorable paso del tiempo.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Pero cierra las puertas de tu rostro



The castle wall has grown so tall

it seems there ain't no hope at all
 to reach the top even though you stop
for breathin'

 But I ain't gonna try to make you cry
the tear drops couldn't find your eyes


It's all been swell, Miss Carousel,
but the time has come for leavin'



Vamos a huir a sitios vírgenes, sitios que no estén manchados por el recuerdo, por si algún día fueron el escenario de algo que desearíamos que nunca hubiese ocurrido, algo que se coló por el infortunio de una casualidad detrás de otra. Y qué desgracia esta del azar, que nos obliga a vivir para luego descomponernos. La acidez de unas palabras que apenas materializaron lo que había enterrado. Que no se pudran ellas, en el silencio de una noche húmeda, bajo tanto abono y tanto miedo de salir a la luz. Que no se ahoguen, que no eche raíz la incertidumbre, que todo lo desgarra. No cavemos nuestra propia tumba bajo un epitafio borroso.   

lunes, 3 de marzo de 2014

Plan de huida




"El alma de un enamorado huele a cuarto cerrado de enfermo, a atmósfera confinada, nutrida por los pulmones mismos que van a respirarla".




La atemorizaba apagarse entre tanta oscuridad cerrada. De consumirse antes de la cuenta, de no ver todos aquellos lugares de los que tanto había oído hablar. Quedarse en un prefacio sin continuación, como la llama de una vela que no llega a quemar el dedo que pasa, como un invierno que apenas enfría y unos copos de nieve que se derriten antes de cuajar. Quería proseguir viajando, alejándose del desgaste que la monotonía infringía en ella. Quién le garantizaba que aquellos pulmones, con tanta sed de vida, no se cansarían algún día de respirar. Hay, al fin y al cabo, un eterno desencanto que invalida la ilusión futura, un regreso incansable hacia el punto de partida. 


lunes, 10 de febrero de 2014

The clear vowels rise like balloons








Junto a la luz tímida de un invierno que apenas arañaba la piel con su débil viento, se despertó con la sensación de haber vivido demasiado tiempo. Entre bostezos algo fingidos, intentó mover los músculos, todavía entumecidos por el sueño pegado; pero estos apenas le respondían y se resistían a abandonar el refugio de sábanas blancas.

 La música de Glenn Gould todavía resonaba en sus oídos como un rumor lejano que nunca acaba de ser del todo nítido, como una frase sin sentido que se ha cansado de habitar demasiadas bocas. El regusto del vino sobre un paladar seco, labios agrietados de tanto posarse sobre corolas de piel. Piel de Nivea, fina y transparente pero rasgada por los excesos de la estupidez propia de la adolescencia.

Tras librarse de las legañas, se marcharon a desayunar a una cafetería cercana. Allí retomaron el sueño por donde lo habían dejado, masticando bollería tierna y saboreando espuma de capuchino recién hecho junto a algunos versos en portugués. Pero quién alimentaba el sueño si no la promesa de haberse desprendido de la monotonía gris y árida que empañaba sus vidas hace apenas unas semanas. 

sábado, 1 de febrero de 2014

In ihren Augen ist das feierliche Verdunkeltwerden




Degustaron cafeína tostada mientras afuera el granizo comenzaba a derretirse sobre el asfalto. La ciudad se desperezaba en un oscurecer paulatino; las sombras daban paso a un incesante crepitar de luces y transbordos ajetreados, pero en la cafetería apenas se percibía ese rumor incesante. Y sus ojos, de azul hielo punzante, recorrían cada tramo de su piel como en busca de algo que atesorar, algo que robarle al tiempo.  Un pobre instante furtivo, de los que el parpadeo puede acabar matando. Con las manos temblorosas, se exploraban como quien palpa tierra nueva. A tientas, en sudor frío, con la mente en blanco, a ciegas.


Esta noche el susurro se torna palabra. Palabras extranjeras que suenan a hogar. Y los monemas se le escapan de la comisura de los labios, van cayendo sobre el entarimado. Ella los recoge como perlas sin pulir y los acomoda en sus oídos, con cariño y con miedo, por si el abrazo de mañana es la última despedida, o nada más que una de tantas. Y cuando el deber y la responsabilidad se imponen, ella se marcha sin mayor teatralidad o demora. Cierra la puerta tras de sí, le deja a él en la cama, tendido, seguir oscilando en el sueño, algo roto por el sonido de la tostadora. Ha de partir, pero todo le sabe a dulce. No se atreve a materializarlo en palabras (conocidas, maternas), pero el sentimiento la engulle y la arrastra, la prepara para el próximo encuentro. Sonríe, afuera ya ha amanecido y la humedad se le pega en el pelo, la luz del sol baila en su sonrisa.

miércoles, 22 de enero de 2014

Die unerträgliche Leichtigkeit






Leer a Kundera a la luz de una vela que parece nunca consumirse mientras nuestros ojos permanezcan abiertos. Enfrente, un viejo cementerio se extiende bajo un cielo encapotado que parece nunca casarse de llover. El miedo que se agria en la punta del paladar lo endulzas con besos rítmicos, enredados. Me preguntas si acaso temo al paso del tiempo, al envejecimiento. La carne se pudre aquí y al otro lado del océano. Y a la mañana siguiente, la luz baña tu cuerpo semidesnudo, tu pétrea musculatura de marfil, intacta ante los vicios indeseados. Café de filtro y huevos especiados más de la cuenta. Tiemblo, tiemblo como una hoja bajo las sábanas húmedas. Me aterra, me aterra esto de vivir. La vida desgasta y, contigo, cada vértice de mi cuerpo se erosiona a velocidad de vértigo.  

Die Quelle der Angst liegt in der Zukunft, und wer von der Zukunft befreit ist, hat nichts zu befürchten.