jueves, 28 de mayo de 2015

Gymnopédies

Rhoda loves to be alone. She fears us because we shatter the sense of being which is so extreme in solitude.

The Waves



Se aproxima al grueso cristal, con la inseguridad propia de alguien que no pisa suelo conocido. Los casi etéreos copos de nieve aterrizan sobre las lápidas, que pasan de lucir una fina capa de musgo húmedo a vestirse de blanco para el invierno. Las notas de piano vibran en la habitación en el orden que Satie las dispuso, la envuelven como el hálito templado que minutos antes había chocado contra la piel de su cuello. Su ausencia la reconforta, pues una breve despedida reaviva las ganas por el reencuentro.

Entonces cae en la cuenta de que es cierto aquello de que todo no era más que una eterna tensión, un tira y afloja en el que se encuentra la búsqueda perpetua, el constante deseo de hallar el momento y el lugar exactos que permitan la coincidencia. Ya es un azar lo de estar viviendo. De ahí que el escenario tras la ventana se le antoje distante y falaz, como si no fuera más que un fruto de la casualidad que sean sus ojos los que aquel cementerio contemplan. Un conjunto de variables tan frágil, tan propenso a no ser cierto, que termina no siéndolo.

La incógnita la acompaña casi sin tregua, la persigue sin que ella intente escapar siquiera. Ella duda con gusto, sobre todo entre estas cuatro paredes que tanto amenazan con desprenderse. Esta cárcel de ladrillo que, por suerte o por desgracia, trae consigo una seguridad inquebrantable, una rutina perpetua e inalterable. Así que estos días en los que el año ya toca a su fin, se aferra al tiempo con ambas manos, bebe de esa realidad con una sed insaciable. De forma intensa, atropellada, casi enfermiza.


A veces ocurre que, en ese ininterrumpido abrazo, le fallan de repente las fuerzas. Durante unos segundos no es capaz de amarrarse con el mismo ahínco. Todo se vuelve detestable a causa de su propia naturaleza efímera.