viernes, 12 de junio de 2015

II




La mujer de piel ajada vivía en una larga avenida de edificios de hormigón. Clones de una tonalidad que rara vez se alejaba de la gama del gris cemento o marrón arena. La luz del mediodía no solía bañar aquellas aceras, así que la mujer se marchaba a dar largos paseos por avenidas todavía más largas, más anchas e impersonales. Podría pensarse que aquellos espacios abiertos eran una alegoría de la libertad, una amplitud que invitaba a ser colmada de gritos de júbilo. Tanto oxígeno para unos pulmones tan pequeños. Pero la mujer de piel ajada sentía el peso de la represión como si le hubiesen colocado un bloque de cemento sobre la caja torácica, como si toda aquella extensión no fuese más que un espejismo absurdo, un chiste de la cruda realidad. Aquellas fachadas que jugaban a ser no vistas, a camuflarse entre tanta igualdad; las tímidas cornisas que parecían no querer sobresalir más de lo debido, por miedo a destacar. Y los peatones, en un intento por mimetizarse con aquella ciudad que no les pertenecía, deambulaban por las calles con semblantes adustos y abrigos demasiado abultados, capas de ropa en las que se hundían para disimular que robaban aquel aire que no se les había permitido respirar.

3 comentarios:

Nahuel dijo...

Me ha encantado Dafne. Qué bueno que cojas frecuencia de nuevo por aqui. Esa melancolía tuya, entre tantas ciudades, kilometros, entre tantos cielos bonitos.

Saludos, nahuel

Anónimo dijo...

Es grato leer algo de lo escrito por Dafne, aunque solo sea un poco.

Suerte.

Dylan Forrester dijo...

Logradas capturas visuales.

Saludos ;-)